La ventana
En la ventana se reflejaba las luces de la calle, amarillas, difusas y persistentes. Solo una, intermitentente, formaba siluetas con la mugre de los vídros. Ana fijó sus pupilas en esas manchas, de dedos, de grasa liviana, de tanto manoseo; -pobres vidrios tristes…- pensó. Agudizó la vista en la habitación entre sombras y se concentró en armonizar el ir y venir de la luz, las siluetas multiformes de los vidrios y la respiración de Juan que dormía a su lado. Por un momento, creyó que conseguía un compás simpático.
Pasaron unos minutos. Acariciando su vientre debajo de la remera que trabajaba de pijama esa noche, notó que a pesar de la luz, de las figuras, la respiración y el cuerpo de Juan, estaba sola. Sola. Sonrió a desgano. Una mueca incompleta, comentaría luego. A tientas, con una mano tomó uno de sus zapatos y lo arrojó al vidrio mas grande; que estalló y formó nuevas cientos de figuras raras. Raras.
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