La dictadura militar o la dialéctica de los arrolladítos de matambre y queso. * (2006) La memoria de ese niño.



No sé cuál es exactamente la consigna del trabajo planteado. Sé perfectamente si, que alguno de los compañeros aquí presentes sabrá reseñar y explicar con justeza la tristemente célebre “tablita” que puede resumirse en la formula elaborada por  Adolfo Canitrot en 1978: πd  >  πx   +  ë
La tablita, fue parte de la lógica de acumulación y endeudamiento externo de los últimos treinta y pico de años, que junto a la formidable fuga de capitales signaron el desarrollo económico del país. Como se detalla en varios trabajos si bien las medidas de política económica fueron tomadas entre el 1977/9 (apertura económica; liberalización financiera) las consecuencias más drásticas del proceso de eclosión económico no fueron percibidas hasta el principio de la década del 80.
Con cierta anterioridad cronológica – pero no estratégica - (1975 por ejemplo y el Operativo Independencia) se debió de modificar, junto a la política económica para disciplinar las fuerzas sociales populares, la relación de fuerzas existente en la matriz político-social argentina.
En este sentido entonces, otros tantos compañeros no dejarán de señalar la cantidad de detenidos / desaparecidos de la dictadura y sus aliados. ¿Importa el número? Es una pregunta sobre la que siempre vuelvo.
Por supuesto. Importa justamente por la unicidad, la subjetividad perdida por cada uno de todos los que sufrieron con la pérdida de su vida los efectos de un Estado que dejó de garantizar y garantizarse las mínimas condiciones y requisitos para ser considerado como tal. Esto es, que se haya convertido en una fracción criminal y aparato represivo de una parte de la sociedad, en  una lucha abierta  –  y sin autonomías relativas - contra otras clases y particularmente las populares. 
Pero… otra vez ¿importa el número? Si realizáramos una ecuación: detenidos desaparecidos / población total  ¿Importa el porcentaje? sobre todo a la luz de otras experiencias de regímenes de terror latinoamericano, Chile y Uruguay por caso, donde el número de víctimas es significativamente menor, pero sus consecuencias similares. Y debe concluirse que sí. Que importa. Por las consecuencias humanas y particulares  de cada caso, pero también y, fundamentalmente, por las consecuencias sociales y políticas que las horrorosas tropelías que un sector de la sociedad sobre otro originó. Importa por las consecuencias políticas (cualitativas) que las dictaduras de esta parte del mundo generaron.
Nací y vivía con mi familia frente a la comisaría 24 en la calle Pinzón, la Boca. Recuerdo como papá, un viejo militante socialista por demás “gorila” para mí hoy día, guardaba celosamente sus libros envueltos en diarios y forradas sus tapas, sobre el techo de un  ropero vetusto herencia de la abuela. Me intrigaba el porqué de esos libros “allá arriba”. Y recuerdo que en la puerta de calle, frente a la 24 todas las mañanas se estacionaba una cantidad fija –tres- de camionetas F100 del Ejército con toldo, cargadas de conscriptos. De todos modos no es lo que quiero comentarles.
En el cambio de década, papá fue una de las víctimas de los des- ajustes económicos de la dictadura y quedo sin trabajo por un tiempo. Habitué de un café distante a cuadra y media de mi casa y una mesa con amigos por las tardes, solía llevarme con él. Durante un tiempo me fanaticé por unos arrolladitos de queso y matambre en fetas que preparaba Avelino, el dueño del bar. Un buen día no hubo más noticias del platito con los arrollados sujetos por escarbadientes con que Avelino me esperaba cuando llegábamos con el viejo. 
Mí papá, con un orgullo a veces inentendible no solo no aceptaba su miseria de desempleado, sino que, por ese orgullo tanguero y porteño, de ninguna manera hubiera aceptado que los demás paguen el platito de tres arrollados de matambre y queso. Hoy recuerdo con ternura como un grupo de hombres maduros, y ajados, entre el silencio de miradas cómplices,  confabulaban para hacerle creer a un chico de no más de cinco o seis años que el problema era en realidad la escasez general de matambre y queso.
Y esta anécdota no tendría mayor sentido dentro de una clase de Antropología, si no fuese  un dato que refleja otra de las dimensiones que la política económica que el último cuarto del siglo cambió. Estas políticas macro económicas y sociales, modificaron, a través del terror y el horror, las pautas de consumo, las expectativas y estrategias de vida de los sectores populares. Para siempre.
Dentro del proceso de acumulación financiera y concentración del capital – para y por él – la sociedad argentina como nos empeñamos en llamarla, modificó (para peor por supuesto, dentro de la siempre cambiante dinámica de las relaciones sociales) un sinnúmero de variables que interesan a las Ciencias Sociales en general. Tasas de: mortalidad, talla, expectativa de vida. Hábitos de diversión y esparcimiento, alimenticios, educativos y habitacionales. Pautas culturales todas, estructuradas y estructurantes. Naturalizadas dentro de la matriz de acumulación, distribución y socialización que viró drásticamente en ese período. Y se naturalizó que entre crisis y crisis, la estabilización del sistema – y de las clases subordinadas en él -  sea siempre en niveles inferiores a los precedentes. Deuda social impaga e impagable.
Y pasó el tiempo y el recambio de régimen y gobiernos democráticos no pudieron – o no quisieron-  resolverla. Y la anécdota de los arrolladitos o los silogismos y metáforas que ustedes quieran realizar, algunas mucho más dramáticas e insalvables, se repite en miles de hogares aun hoy a pesar de los discursos oficiales.
Que los reyes magos no han dado con la dirección exacta del domicilio de algún beneficiario. Las bocas desdentadas de gente sin atención médica. Los muertos siempre evitables. Y los chicos que no aprenden en los colegios porque, van a comer. Y el genocidio atomizado por las zapatillas (por tenerlas o desearlas) que ocurre en cada esquina de los conurbanos del país. Influenciado seguramente, quisiera reflexionar sobre lo que no se habla y en lo que ya no va a devolvernos el tiempo. En que no pensamos hoy después de treinta años. En las fronteras de lo posible, lo verosímil, que ponemos a nuestro conocimiento también aquí, desde las Universidades. Y reflexiono sobre esa sociedad del primer quinquenio de los 70 (sin recurrir a idealizaciones) y lo impensable que hubiese sido prevenirle a algún habitante de esos días la actualidad argentina. Eso nos dejó la dictadura. Un país impensado, desde el pasado y un montón de cosas impensables a futuro.
Por último, no quisiera dejar de mencionarlo por cierto, también generó y genera lazos de sociabilidad y solidaridad (como el engaño de los arrolladitos) que al menos como destellos, nos permiten seguir con el trabajo. Y creer.

*Con algunas modificaciones (que eliminé para abreviar el texto aquí)  este breve ensayo lo presenté  en una materia de la universidad. Nunca pude leerlo. Me puse a llorar y temblar como un nene delante de la clase y la docente.

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