Barro (2011)


Barro en los pies. Barro y humedad de pisar a trancos cortos el extenso sendero. Nadie puede en este mundo decir que eso es una vereda urbana. Bueno, sí alguien: doña Blanca, que se enoja cada vez que alguien pisa sus correspondientes 8,56 metros de lote porque según decía : - arruinan la vereda, no ven que llovió hace unos días!.
Con lo cual buena parte del año, entre lluvia y lluvia, según su sermón, no debían “pisar su vereda” hasta que seque.
Ni hablar de los pastizales, la zanja con agua estanca y el lodazal de la “calle” por donde ni un carro botellero se animaba a aventurarse.
A cualquier parte que fuese algún habitante del barrio, el barro en el calzado era una marca de su procedencia y a veces, origen, y a la vez que la vergüenza de sus portadores, la mirada reprobatoria con aire de condena social y moral del observador: la directora de la primaria N° 756, una vieja miserable que a la que se llenaban los ojos de lágrimas solo cuando miraba atentamente el monto de la “ruralidad” por la cual sumaba varios cientos de mangos a su salario. La mirada reprobatoria -y hasta con capacidad de veto- de los “patovas” de la bailanta “Tropical” que estaba en “la estación”.  Johana se preguntaba como Mario, que vivía al lado de su casa, conseguía llegar a su lugar de trabajo – la bailanta- con los zapatos limpios, hasta que descubrió que los envolvía con la bolsita del pan de la despensa. Cuando llegaba “al asfalto” - indistintamente llamada también “la ruta”- las desechaba y listo.
Barro en los pies y una sonrisa plena. Juan (“el Juan” para la gente del barrio) la había invitado a salir. Desde que trabajaba para Felipe Roquiso, dirigente territorial del municipio,que moriría en manos de su esposa en pocos días, Juan había mejorado sustancialmente su situación y era, en buena medida, el comentario de las viejas chusmas del barrio, de los pibes de la esquina, y de “los transas” de la zona. Y los comentarios envidiosos o admirados crecieron la tarde que llegó con el “auto nuevo”. Un modelo 2005, pero para el barrio eso es flamante.
Johana iba al encuentro con “el Juan” porque, entre otras cosas, el noviazgo con Matías había perdido la chispa del principio. Porque sí. Casi como todas las cosas que ocurren en este mundo: se aburrió. Al principio sintió una pena que (ella no lo sabía) se parecía al tango que dice “amores de estudiantes, flores de un día son”.
Sin embargo, su “duelo” (al menos el evidente) no duró más de tres días exactos, desde el miércoles que le dijo: -basta… a Matías, hasta hoy, viernes  al mediodía en que Juan la trajo hasta su casa, le propuso “salir a la noche” y sellaron el encuentro, junto con la tácita aceptación de que eran “novios” con un beso. Un tanto formal, desde el recuerdo de Matías, tan fresco –y lejano-  que contrastó con el roce de la mano de Juan por sus tetas con... no recuerda que excusa.
No sabía bien, pero Johana no pudo menos que sentirse excitada -o por la promesa del beso o por la mano que imaginó, además en sus muslos- y ahora, a las 23:00, que caminaba descalza hacia “la ruta” pensaba en Mario, el “patovica” y su “trampa” que ella había descubierto y podemos afirmar, perfeccionado su método para no verse embarrada. Aprovechando que es verano, descalza caminaba por entre los yuyos, el barro y el agua de “las veredas” con un “As en la manga”. Para ser sinceros, “en la mochila”: un paño mojado con el cual limpiarse los pies en el refugio de la parada de colectivos de  “la ruta”.
Llevaba además en la mochila, además del “corrector de ojos”, el primer obsequio que le hizo Juan: un “Euro”, que, gugleó en el ciber locutorio de “la estación” es una moneda en decadencia en Europa.
Lo llevaba en la cartera con un sentido similar, y a la vez diferente, del que la mayoría de los mortales que portan “plata” en sus bolsillos: como fetiche. 
Juan lo había sacado de su billetera, en un acto un tanto ridículo -y por ello, solemne- diciendo como al pasar: - Ah… ¿lo conoces? Me lo dio don Felipe... por un laburito.... ¿te gusta?
Y sin esperar a que ella respondiera, mientras lo miraba desconcertada le dijo: -te lo regalo, tengo más... Con una imbecilidad característica de los hombres. Imbecilidad sin tiempo, que los supone dominantes y gloriosos. 
dg

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