Límites I (2011)
El cambio de dirección de la lluvia. De oblicuo bobo y sin
ganas a perpendicular intenso en el borde de un alero de chapas, en la casa del
frente. Nadia pensaba en eso, desnuda sobre la alfombra, en cuclillas al borde
de la ventana balcón. En el recorrido de las gotas y en la difusa presencia de
la luz de mercurio. En este anochecer inmóvil, furiosamente denso de otoño en
que las luminarias de la calle y sus reflejos le dan a esa parva de bolsas de
residuos olvidada el claroscuro que la convierte en una “instalación” urbana.
Apaga el cigarrillo en el cenicero que tiene apoyado en la
alfombra -entre las piernas-.
Mira a Pedro que, también desnudo, duerme sobre el colchón.
-No sé por qué te digo que no sé por qué estoy acá si ni
siquiera despierto estas.
Y con la mueca de ironía silenciosa y autoestimulante, dada la circunstancia, vuelve a observar la
lluvia. Se sintió más grave que compleja. Mucho más grave que ser compleja.
Además del haz de luz de la luminaria callejera que hasta
hace unos minutos calentaba la escena, la tele con el volumen bajo reproduce la
noticia de la Presidenta de la Nación en un acto multitudinario en un
municipio. El intendente, con gesto adusto, se parece a Pedro. Flaco, atlético
y con moínes de engatusador. Al
intendente le va, seguro en su empresa mejor que a Pedro. Al menos eso calcula
Nadia que desnuda se pregunta, solo un rato - solo un poco-, por qué no controlarse
un poco antes de arrancar con su ánimo lujurioso. Se lo pregunta ahora, después
de unos minutos de un orgasmo muy físico y
se siente vacía.
Es la segunda vez que “duerme” con Pedro. Lo conoce
hace...unos días. Lo conoció en un bar. Ella buscando algo. Pedro, buscando el
mango y a juzgar por los acontecimientos también “algo”. No sin cierto
prejuicio, a ella le llamó la atención que un vendedor de flores berretas
vistiera una camiseta trucha de los All Black's. "La fiebre pelotuda del Mundial
de Rugby" -pensó- y sonrió sin ganas para decir: -no gracias, al vendedor.
Hace tiempo que Nadia, con la autonomía contemporánea que
vacila entre la euforia y la angustia en los individuos, -como nosotros- dejó
de pensar en qué pensaran los demás y se permitió arrinconarse con el vendedor
de flores en el pasillo que va al baño del bar.
Sin embargo, hoy, hace un rato, además del orgasmo – que ni
intentó ocultar ni se privó de gozar- una duda se clavó en su mente: ¿en qué
piensa este pibe cuando está encima mío?, ¿cuándo estoy encima de él? Mejor quizás,
se preguntó: ¿en quién pensaba? Y la duda esa y la del porqué estar ahí,
desnuda con un tipo que (des) conoce bastante bien, como a todos y a ninguno, no la abandonó más. Y se
sintió sola en medio del placer. O sintió placer de sentirse sola.
Miró a Pedro y la camiseta de los All Blacks que, ahora
comprueba, no se quita porque es la "única" prenda que tiene. Miró nuevamente la
tele. "Lupín no está más para acompañarte, es una pena para vos y para mi", le dijo al discurso de la tele en voz alta.
Y se sonrió de la lluvia boba que se torna enérgica cuando
toca el alero de chapas.
dg (2011)